Mis tristezas se acurrucan en los rincones,
se esconden, se enumeran, se reconocen.
Forman en fila prolija. Toman distancia.
Y esperan.
Saben que a veces, cada tanto mi boca las nombra,
mis lágrimas llueven sobre ellas, regándolas,
mi corazón las hace palpitar.
Ellas no están desnudas, están vestidas de ausencia y de conciencia.
Saben lo que fue y lo que es;
lo fantástico, lo plausible
es que sólo ocupan un lugar, una zona, un rincón
y allí mi razón las encuentra a cada una,
no ocupan nuevos espacios en mi ser.
Sólo compartimientos estancos,
en un silencioso y oscuro reducto.
No salpican mi vida con negros lutos.
Tan sólo con sepias, rebeldes, de cierta nostalgia.
Ellas no se mueven, ni inmutan.
Es mi alma la que a veces,
con un sinfín de perfumes que aún conserva
se viste de audacia y las visita.
Olga María Saín
©Derechos Reservados
se esconden, se enumeran, se reconocen.
Forman en fila prolija. Toman distancia.
Y esperan.
Saben que a veces, cada tanto mi boca las nombra,
mis lágrimas llueven sobre ellas, regándolas,
mi corazón las hace palpitar.
Ellas no están desnudas, están vestidas de ausencia y de conciencia.
Saben lo que fue y lo que es;
lo fantástico, lo plausible
es que sólo ocupan un lugar, una zona, un rincón
y allí mi razón las encuentra a cada una,
no ocupan nuevos espacios en mi ser.
Sólo compartimientos estancos,
en un silencioso y oscuro reducto.
No salpican mi vida con negros lutos.
Tan sólo con sepias, rebeldes, de cierta nostalgia.
Ellas no se mueven, ni inmutan.
Es mi alma la que a veces,
con un sinfín de perfumes que aún conserva
se viste de audacia y las visita.
Olga María Saín
©Derechos Reservados
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