Y conoció su mirada,
mucho antes que sus ojos.
Las formas de su ser,
antes que su figura.
La mágica mixtura
de historias compartidas,
sin saberlo.
Y parajes transitados,
parecidos a los propios.
Conoció los designios
de dos almas, comulgando.
Un mismo deseo, callado.
Y un mismo sueño, sin dormir.
Se hicieron eco los versos.
Y el sentir.

Se alcanzaban, sin tocarse.
Y sin rozarse, se acariciaban.
Conocieron la misma brisa en la distancia.
Y un mismo latir, en las palabras.

Olga María Saín
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