Mi cuerpo se amigó con cada rincón, con cada ser que rozó mi humanidad.
Y entonces pude recordar.
Los besos tardíos como soles.
Los abrazos anchos y felices en donde cobijé mi ira convertida en versos.
Tu risa dibujada en mi frente, volando en los infiernos de tardes que se han ido.
Nos quedamos en un tiempo que nunca fue nuestro,
en un aire seco, inerte, que nunca sopló,
en vientos inventados que movían mi cabello y secaban tu boca.
Un lugar que nunca fue y nosotros creyéndolo,
recreando el amor, el universo,
encontrando la risa infinita y silenciosa
que reposa sombría en tus ojos claros como el cielo.
Creamos nuestro camino.
Pasaron los días que se hicieron largos y no pudimos darnos cuenta del fin.
Cuando me instalé en la plenitud, el viaje había acabado.
Mis párpados cayeron y de mis ojos brotaron lágrimas cristalinas
al saber que tú comenzabas a morir en mí poco a poco.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Y entonces pude recordar.
Los besos tardíos como soles.
Los abrazos anchos y felices en donde cobijé mi ira convertida en versos.
Tu risa dibujada en mi frente, volando en los infiernos de tardes que se han ido.
Nos quedamos en un tiempo que nunca fue nuestro,
en un aire seco, inerte, que nunca sopló,
en vientos inventados que movían mi cabello y secaban tu boca.
Un lugar que nunca fue y nosotros creyéndolo,
recreando el amor, el universo,
encontrando la risa infinita y silenciosa
que reposa sombría en tus ojos claros como el cielo.
Creamos nuestro camino.
Pasaron los días que se hicieron largos y no pudimos darnos cuenta del fin.
Cuando me instalé en la plenitud, el viaje había acabado.
Mis párpados cayeron y de mis ojos brotaron lágrimas cristalinas
al saber que tú comenzabas a morir en mí poco a poco.
Olga Maria Sain
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