La eterna rueda

Hay una vieja madama que escondió dentro de su escote
el arrugado original del mundo para que nadie lo vea,
y que sembró a manos generosas
la espejuela del efímero destello del brillo clandestino,
la noche de los deslumbrados simios perplejos,
el oro envilecido de los relojes de pulsera,
el rojo candente del mensaje lumínico,
el ocre perenne de los frontispicios,
el púrpura cruel de los labios,
el paso eléctrico de la langosta urbanizada que, desde muy pequeña,
incursiona en las buenas costumbres y el aseo personal.
De su hálito creador hay otras maravillas a saber:
el pasamanos ( para ahorcar los puños tensos de los viajantes),
los orinales ( para sano disimulo de las impudicias ),
las sonrisas nupciales, el jet set, el maquillaje,
el subterráneo ( y el afilado colmillo del omnímodo gusano ),
el traga-monedas y la moneda en la ranura,
el amor alquilado por una razonable suma, y la rueda,
la vieja rueda que pasó su infancia encerrada en manuales escolares
y que ahora es grande, muy pero muy grande,
y de la que se dice ya nadie se atreve a detener.

Olga María Sain
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