Los ecos de mi templo abrieron las puertas,
para que entraras tú, jardinero de la luna,
que existes en el transcurrir de mi vida,
cuya riqueza sabe a fruta del deseo
donde escondo jadeos de locura y miradas ávidas de placer.
Esparce en mí tu vida,
en el secreto de mi intimidad para amarme hasta morir,
en la clara infinidad de mi cielo,
en el horizonte de la efímera eternidad,
para que sienta que vives en mí.
Dulce jardinero de manos suaves como la rosa blanca
que desnudas mi cuerpo en esas noches
de pasiones locas y ardientes encuentros,
creando bellas ensenadas, cánticos de placeres.
Junto a los nidos de tus montañas
que llenas de lunas y lujurias
voy besando tus estrellas silenciosas.
Amante mío, ven y toma del néctar de mi ser,
manjar de una preciosa primavera
que desnuda ante tus ojos se presenta,
ven y ámame jardinero de mi vida,
dulzor de mis noches, ansias de todos los días,
ven y florece en mí, con la intrepidez de tu mirar,
ven y dame el polen para germinar mi rosa
Derrámate.
Vuélcate.
Llévame al paraíso.

Olga María Saín
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