Cosmogonía infinita

Era el silencio, era el misterio nada existía
ni visible, ni invisible.
¿Dónde estaba el cielo, dónde el aire, el agua?
¡Ausente el mar profundo con sus corales
del firmamento la inmensa bóveda!
Nada de aliento en aquél caos incomprensible.
Sólo el orden de la nada
donde... nada, nada boga en la inmensidad.
Ni días ni noches con sus reflejos de rosa y nácar.
¡Oh, la bella aurora no aparecía dorando el cielo!
Ni cabían pensamientos en las primeras horas del alba.
Era sólo sombra, lo que envolvía a las sombras.
Y allá, en las tinieblas, las sombras callaban
en el fondo insondable del vacío
y acaso, ningún concepto ni pasado, ni futuro era tal.
Nada más que misterio y silencio.
Y éstas son las respuestas a tus preguntas
desde la naciente de los días cuando el Todo era la nada
y la inexistencia misma de decir, nada
en el oscuro pigmento de las tinieblas.
¡Sombras! que pesaban en lo infinito del tiempo
y era luz que de tanto ser, era sólo densa sombra.
Negrura abarcando lo insondable.
Ella era el peso gravitacional que se apretujaba en su centro
mientras, en sí misma dialogaba la inteligencia
cimentando leyes primigenias.
Cada presión, centrípeta y abismal asentaba
el estadío de los tiempos energizadas de ecuaciones eternas.
Y con otros signos, a su vez en la matriz, se afianzaba el verbo.
Con cada grado de presión inteligentes en sí mismo
un nuevo elemento diseñábase para formar el sistema de lo cuántico
que todo lo incluye y lo abarca.
Acelerada e inexorable ¡descendió! la vorágine de la tormenta.
¡Tempestad devorada en su centro!
Llegó el tiempo de la saturación de lo completo
donde el crisol ¡intenso! restallaba.
Miríadas de vibraciones y zumbidos se aceleraron de repente
en intensidad, velocidad, frecuencia
¡apretujándose! en calor, de plasmas oscuros e infinitos.
Ahora... ¡Ahora sí! Ha estallado enceguecedor
con la energía que todo lo aglutina
en el arco iris infinito de las vibraciones,
en la formación de las huestes celestiales,
explosión acordada y expandida
desde el centro mismo de la inteligencia
y aquí navegamos, en cada punto bendito del Cosmos
¡Humus, esencia, y polvo de estrellas!

Olga María Saín
©Derechos Reservados

Con la colaboración de Juan Carlos Luis Rojas


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