Cuando la ausencia
se convierte en la sustancia de uno mismo
es como un río raudo que se agita,
se colma y se mueve con cada pedido
en las profundidades ocultas del alma.
Las variaciones oscilan enigmáticas,
ha partido la conocida calma.
Su presencia es un abrir y cerrar de ojos,
tan solo un aleteo de pestañas
que va y viene… y nos hace suspirar.

Olga Maria Saín
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