Cuando suenan las campanas de la cercana iglesia
cuento cada uno de sus sonidos.
Cuando voy por las calles, en las aceras de mi entorno,
me distraigo en algunos adoquines,
hay muchos que se han quebrado, otros me cuentan historias.

Sopla el viento y mece las ramas, las altas ramas de las antiguas avenidas,
voy acariciando con la mirada cada una de las hojas que murmuran
y me hacen preguntas, me dicen respuestas que
aunque no las entiendo, me revelan presagios escondidos...

En los vacíos bancos del paseo hay huellas de otras gentes
recuerdos, sonrisas, llantos, soledades, amores que a veces...
a veces son despedidas fugaces como las sombras
que se quedaron allá, adormiladas como memoria perpetua,
hasta que un transeúnte la desplaza hacia una esquina.

El quehacer diario roza el hastío, el cansancio es casi perpetuo,
fuerzo mis pies, deseo volver a mi casa y descalzarme.
Mientras canturreo aquélla aria, una romanza, un bolero,
un adagio a ritmo pausado.
La música me lleva en volandas dejando aureolas en los minutos y luego más…

La agenda del recorrido, con una rebelde pereza quiere dominarme,
intento evitar su seducción, entonces, miro las torres de los templos
la historia envuelta en sus tejados, sus medievales contornos
se elevan como vigías. Y vuelo sobre ellas: la fantasía sabe cómo hacerlo.

Tengo una gran colección de éstos juegos que me acompañan
y cada día invento otro nuevo...

Olga Maria Saín
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