Ella encendió el color de los labios en su alma.
Y se hizo dueña de las crisis y las calmas.
Oleaje suave por las mañanas.
Caricias de brisa por las tardes.
Y un anochecer de citas impostergables,
donde las palabras se hacían acordes,
un abrazo sellaba acuerdos y borraba los temores.
Ella entonces tatuó el color de sus labios en él,
aún cuando su boca no estaba pintada.
Y su alma, no creía.

Olga Maria Sain
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