Me desarmo hacia mis brazos para poder contenerme
desde los adioses mutables que traban mi recorrido.
He dejado los interrogantes, las preguntas,
anudadas a respuestas de las que poco a poco
me voy desprendiendo.
Un manto de silencio me empapa de docilidad,
llevándome hacia el aire seco como gran señor callado,
a pesar de sus murmullos.
Una boca enmudece en las cornisas de la vida sujeta por nada,
esa nada que engaña a la mente fingiendo ser algo tal vez tangible
como la huella de una sombra al caer el día.
Y yo dependo de la sujeción desde mis cortados cabellos
a esa nada que tiñe realidades, al azar, inconexos,
simulando decretos, cláusulas incumplidas.
Desalojaré lo nuevo en lo viejo
para volver sobre mis pasos al centro de mi gravedad.
Esa profundidad, un hueco sin fondo, un éxtasis decapitado.
Olga María Saín
©Derechos Reservados
desde los adioses mutables que traban mi recorrido.
He dejado los interrogantes, las preguntas,
anudadas a respuestas de las que poco a poco
me voy desprendiendo.
Un manto de silencio me empapa de docilidad,
llevándome hacia el aire seco como gran señor callado,
a pesar de sus murmullos.
Una boca enmudece en las cornisas de la vida sujeta por nada,
esa nada que engaña a la mente fingiendo ser algo tal vez tangible
como la huella de una sombra al caer el día.
Y yo dependo de la sujeción desde mis cortados cabellos
a esa nada que tiñe realidades, al azar, inconexos,
simulando decretos, cláusulas incumplidas.
Desalojaré lo nuevo en lo viejo
para volver sobre mis pasos al centro de mi gravedad.
Esa profundidad, un hueco sin fondo, un éxtasis decapitado.
Olga María Saín
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