Soledad, a veces te vuelves extraña
inasible aunque coloques una nebulosa en mi frente
que tímidamente se aparta al sentir tu presencia.
Te desnudas y te vistes con olor a mar
con trozos de penumbras en los ecos de un campanario.
Te colmas de un ensayo de flaquezas
en el sutil refugio de una risa al azar,
juventud que se pasea eterna y fugaz al mismo tiempo
como los adornos de una estantería.
Asomas entre versos impronunciables
en la quietud de las teclas del piano,
que añoran y sueñan mis manos con
arpegios de un nocturno.
Y luego un acorde final seduce al silencio
con ánimo de no molestarle.
Solo una noche de luna turbia hace temblar el aire
temerosa del hombre que impávido romperá la quietud.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
inasible aunque coloques una nebulosa en mi frente
que tímidamente se aparta al sentir tu presencia.
Te desnudas y te vistes con olor a mar
con trozos de penumbras en los ecos de un campanario.
Te colmas de un ensayo de flaquezas
en el sutil refugio de una risa al azar,
juventud que se pasea eterna y fugaz al mismo tiempo
como los adornos de una estantería.
Asomas entre versos impronunciables
en la quietud de las teclas del piano,
que añoran y sueñan mis manos con
arpegios de un nocturno.
Y luego un acorde final seduce al silencio
con ánimo de no molestarle.
Solo una noche de luna turbia hace temblar el aire
temerosa del hombre que impávido romperá la quietud.
Olga Maria Sain
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