Los que son sometidos
a la cruel demanda de rasgar los velos del mundo
deben atreverse al ejercicio de lo oculto,
descolgarse por los andariveles de una ciudad en suspenso
sobre las cabezas visibles
tomados de las vertiginosas lanzaderas
que vuelan sobre la espesa trama
confiados débilmente a la secreta relojería de los contrapesos;
verticales gravitatorios e inmóviles cambios de perspectivas y horizontes
de lo celeste a lo subterráneo sin un mísero descanso,
acatar las geometrías filiformes los husos y los sutiles hilos
que en verdad componen la esencia de los hormigones
y transitar por ciertas tangentes
que en un mundo circular debieran ser los caminos más cortos
entre las estrellas y las flores nocturnas
las ventanas abiertas y el aquí y el ahora
entre el más allá y el siempre:
Entre una hormiga que sueña con ser un hombre
y ensaya un prodigioso viaje en busca de un rostro
y un hombre de regreso a su casa con hábitos de hormiga
o de cualquier otro insecto de rigurosa obediencia gregaria
capturado en el abrazo mortal de una pesadilla.

Olga Maria Sain
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