Abro el alma al encuentro, la piel a la caricia,
la vida a la mirada que ingresa sin permiso.
Me resisto desde la inquietud, del orgullo o el desconcierto.
Tal vez es el resultado de una infancia incomprendida.
No era moneda de cambio, ni prolongación de quimeras,
ni espejos de necesidades.
Ese amor, era un amor que intentaba devorar
fuegos desde el hielo de su errática demanda.
Acaricié a la bestia que se acurrucó a mis pies un momento,
antes que me fuese lejos de su manada.

Olga Sain
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