Cae el canto del trovador sobre su vieja guitarra,
se derraman las letras por sus ojos ciegos por la vejez,
espinas en su voz juegan a las adivinanzas,
tiemblan sus silencios en las pausas de un olvido.
Se ha desteñido su traje en el polvo de los senderos
sus ropas son solo jirones, sus pies cuero curtido.
Blanco gris el cabello, toscamente rasurada la barba,
huesos fríos en sus manos ansiando todavía enlazar a su amada.
Barro en los nudillos de un desmayo prematuro
a la intemperie por sus carencias.
La tez se torna transparencia: himno a la muerte.
Cae el canto del juglar
en un rincón, sobre su vieja guitarra.

Olga Sain
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