El mutilador del verso envenena el tajo mientras lo desgarra
aunque las palabras son como el aire que se elevan sobre su cabeza,
sobre los fríos páramos, sobre los tejados viejos,
saludando a su paso al invisible guardia de los edificios.
Cuando caiga el definitivo golpe del hacha
será la miseria quien se rompa y eleve al cielo su himno;
un poema que calla para entonar su melodía
Muere el hombre cuando sus palabras lo sobrepasan,
como herencia que se transmuta lejos del tiempo mensurable.

Olga Sain
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