La niña de dorados rizos se desliza por los aleros,
y nunca cae aunque tropiece, porque solo es una imagen
tallada sobre mis párpados cuando se cierran;
ojos aprendices que invocan a esa desconocida
que a veces llama con soplos a mi puerta.
Soplos como un cirio hace tiempo apagado,
olvidado en el envoltorio
de satén de una esperanza.

Olga Sain
©Derechos Reservados
Foto: Gerry Spence


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