No hay desnudo más bello
que aquél en que van cayendo
los miedos uno a uno,
los despojos del ayer,
los prejuicios, los mandatos,
las dudas sin sentido
y el sentido común.
No hay desnudo más bello
que aquél que nos libera de ser presos
de nosotros mismos.
Y deja caer los viejos trapos
de lo que entonces
allá lejos, un día fuimos.
Y luego, en un juego de tiempos desmedidos,
se desliza al suelo el último juicio.
Y la ropa.

Olga Sain
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