Quien sabe de encuentros,
sabe que muchos de ellos
no son presenciales.
Sabe del transcurso de ausencias,
con la esperanza abierta
y el cielo por testigo.
Quien sabe de motivos y de urgencias
sabe que la presencia es un regalo
inmenso, precioso, no siempre valorado:
El calor de un abrazo,
el dulzor de unos labios,
la humedad compartida,
el latir de la vida.
Quien sabe de encuentros aprecia que algunos pueden
más que la presencia misma;
pueden más que la caricia y el beso.
Porque en cada uno de ellos late el deseo que será puerto y
delicia.
Todo beso, toda caricia, comienza en el mismo instante
en que se hacen necesarios.
Nacen sin premisas y jamás culminan como corolario.
Son eternas las caricias en las manos, los besos en las bocas.
Quien sabe de encuentros sabe cómo late el corazón y vibra el alma.
Olga Sain
©Derechos Reservados
sabe que muchos de ellos
no son presenciales.
Sabe del transcurso de ausencias,
con la esperanza abierta
y el cielo por testigo.
Quien sabe de motivos y de urgencias
sabe que la presencia es un regalo
inmenso, precioso, no siempre valorado:
El calor de un abrazo,
el dulzor de unos labios,
la humedad compartida,
el latir de la vida.
Quien sabe de encuentros aprecia que algunos pueden
más que la presencia misma;
pueden más que la caricia y el beso.
Porque en cada uno de ellos late el deseo que será puerto y
delicia.
Todo beso, toda caricia, comienza en el mismo instante
en que se hacen necesarios.
Nacen sin premisas y jamás culminan como corolario.
Son eternas las caricias en las manos, los besos en las bocas.
Quien sabe de encuentros sabe cómo late el corazón y vibra el alma.
Olga Sain
©Derechos Reservados
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