Se perdió en el laberinto
pintando puertas en sus paredes,
puertas que hoy araña en la derrota de su silencio.
Su silencio, un estremecimiento acordado con la muerte,
prorrogado para apurar penurias de su propia alma.
La que vaga por los ancestros de sus oquedades.
Ella es nada sobre un cuenco vacío y sin fondo,
tras el cual contempla el espejo de su quimera.
Envejeciendo en su sombra,
como celosía de castigo para enmendar una culpa.
Pero la culpa se adhiere a las alas de su derrota,
la que lleva sobre los ojos, entre trazos desdibujados
de un rímel sin color...
Se abrazó al anzuelo que le parecía extraño,
prestado por el siniestro caudal de una seducción,
-anclaje en las dunas de un desierto lejano -
Un murmullo de tiznados ángeles decora sus días :
rejas en las paredes.
(Un juego de manos extendidas para demorar el grito).

Olga Sain
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