Dulzor en la belleza del cuerpo
enternecido por la caricia de la brisa,
humedad nueva en los rincones
alimentada por jardines remotos,
tu savia se ilumina de luz
en mi tierra de oscuridad bruñida.
Mi amor regresó para quedarse
despierto al sol de tus mañanas
descendiendo desde su falaz figura,
por si tú arañabas la escalera estelar.
Te miro, me miras,
tu deseo encogido
rodeado por la piel del viento.
Soy tuya, me miras y te miro,
perdida en el salitre de lágrimas,
sensible en el andén de tus manos.
Me tienes, me pruebas, me sostienes
me preguntas el porqué,
soy yo, la de siempre, de todos los instantes,
la que inundará el vacío de tu boca.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
enternecido por la caricia de la brisa,
humedad nueva en los rincones
alimentada por jardines remotos,
tu savia se ilumina de luz
en mi tierra de oscuridad bruñida.
Mi amor regresó para quedarse
despierto al sol de tus mañanas
descendiendo desde su falaz figura,
por si tú arañabas la escalera estelar.
Te miro, me miras,
tu deseo encogido
rodeado por la piel del viento.
Soy tuya, me miras y te miro,
perdida en el salitre de lágrimas,
sensible en el andén de tus manos.
Me tienes, me pruebas, me sostienes
me preguntas el porqué,
soy yo, la de siempre, de todos los instantes,
la que inundará el vacío de tu boca.
Olga Maria Sain
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