A lo largo de nuestras vidas ¿Cuántas veces nos han nombrado?
Cuántas personas, cuántos legados, cuántas palabras nos fueron fundando.
Que tiene dedos de pianista, piernas de jugador de fútbol, mente de escritor.
Que tiene ojos de artista, dotes de bailarina, fibra de deportista.
Que tiene sueños de ganador, hambre de vértigo, pinta de piloto.
Que tiene garra de valiente, léxico de elegidos.
Que tiene pasta de comerciante, avidez por los negocios.
Que sería un buen maestro, un excelente ingeniero.
Tal vez, un abogado o un muy buen médico.
Cuántas personas, cuántas bocas, cuánto sello en nuestra frente y peso en nuestras espaldas…
Y llega la hora de abrir las ventanas. Y hacernos cargo de sacudir las sábanas.
Aquellos legados que nos durmieron. Aquellas palabras que nos mecieron. Y sólo eso.
Llega el tiempo de descubrirnos de mantas que otros nos pusieron.
Y elegir nuestra desnudez. Y mirarnos. Y aceptarnos con lo que somos.
Y darnos cuenta de lo que podemos ser. Y estamos siendo.
Entonces las palabras las decimos nosotros.
Nosotros que sabemos de la esencia que palpita,
del latir de nuestras ganas, de la garra
y de la ternura que nos viste cada mañana.
Nosotros que nos sabemos. Intuitivamente.
Que nos amamos. Definitivamente.
Nosotros que hemos sido llamados, todos, a algo diferente.
Y único.
Sellados con nuestra huella.
Y la magnífica sentencia de sabernos hacedores de nuestro destino.
Entonces llega el tiempo del desafío.
De nombrarnos.
Simplemente y maravillosamente, por nosotros mismos.

Olga Sain .
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