Deshojo experiencias, recuerdos, momentos de los días,
de ayer, lo olvidado, las quietas fotografías,
ese orden que se nubla en su eterno silencio,
a veces, como bruma de esperas de un retorno imposible.
Deshojo esperanzas
que se quedaron varadas allá en la ribera
donde cortaron los sauces, donde las ranas no cantan,
donde el agua tal vez haya vuelto en cíclica visita.
Era una flor de papel recortada en pedacitos
que tal vez quede como semilla flotando en la corriente,
bajo el arco del puente antiguo donde humean
mis pasos de juventud como vaho de vida;
todavía mis pies se demoran contemplando andanzas venideras,
un dulce paseo, mañanas también ...
Dejo huellas de mis manos en la baranda una vez más
porque quiero que le hablen a los que se apoyan en tantos momentos:
de la ternura,
del dolor,
de la pelota del niño que escapó de sus manos,
de las lágrimas enamoradas,
entre el quiero y no quiero...
Y de aquél primer libro que fuera mi maestro,
y que al azar abriera en un mediodía de setiembre en la explosión de la primavera.
"Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas
buscaba el amanecer
y el amanecer no era".
Y un suspiro
Y un nombre,
Federico García Lorca
en el pequeño libro apretado contra mi pecho.
Olga Sain .
©Derechos Reservados
de ayer, lo olvidado, las quietas fotografías,
ese orden que se nubla en su eterno silencio,
a veces, como bruma de esperas de un retorno imposible.
Deshojo esperanzas
que se quedaron varadas allá en la ribera
donde cortaron los sauces, donde las ranas no cantan,
donde el agua tal vez haya vuelto en cíclica visita.
Era una flor de papel recortada en pedacitos
que tal vez quede como semilla flotando en la corriente,
bajo el arco del puente antiguo donde humean
mis pasos de juventud como vaho de vida;
todavía mis pies se demoran contemplando andanzas venideras,
un dulce paseo, mañanas también ...
Dejo huellas de mis manos en la baranda una vez más
porque quiero que le hablen a los que se apoyan en tantos momentos:
de la ternura,
del dolor,
de la pelota del niño que escapó de sus manos,
de las lágrimas enamoradas,
entre el quiero y no quiero...
Y de aquél primer libro que fuera mi maestro,
y que al azar abriera en un mediodía de setiembre en la explosión de la primavera.
"Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas
buscaba el amanecer
y el amanecer no era".
Y un suspiro
Y un nombre,
Federico García Lorca
en el pequeño libro apretado contra mi pecho.
Olga Sain .
©Derechos Reservados
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