Ayer, un pequeño bálsamo, dulces sorbos de lo cotidiano.
La lluvia acompañaba navegándonos en los encuentros
fugaces, siempre lo fueron,
entre muros de hielo, entre espinas y desgarros.
Rodeé mi cuello con un pañuelo perfumado de rosas,
presencia de la madre que apenas planeaba desde su lejanía,
como una alianza bordada de plumas.
Dejemos que esos momentos se queden en el lugar que elijan,
nosotros somos comparsas que a veces
dejamos las torturas selladas en un cofre exhibido en la vitrina
de la casa que ya no existe. Son ayer.
Emociones calladas, pulidas hasta la mínima expresión.
Un punto y final, un suave paréntesis que se emancipa.
El dolor pudo dormirse en su secreto refugio.

Olga Maria Sain
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