Madre te duermes otra vez en la tierra quieta,
en aquél lugar al que regresaste como cenizas al viento
y a las aves de los árboles recogiéndote en sus nidos.
Hoy se disuelve tu silueta al lado de la mía
que poco a poco cae en brazos de la somnolencia.
Me nutren tus silencios, lo supiste siempre.
Tal vez el dedo en tus labios en un gesto que imagino
y como hija descanso en la obediencia de tu pedido.
Quiero que cepilles mi cabello, la inquietud lo despeina,
el tejido de los días que encadenan llantos en esos momentos.
Tú sabes.
Una palabra he oído. No me dejes deshacer la magia de este limbo,
tu regazo, tu latido, el murmullo de la oración que apenas se oye.
Y una apacible caricia en mi frente.
Madre, quiero mirar la vida un momento con tus ojos,
beberla en tus manos, sonreirle a esos romances que me recitabas.
Deseo ahora solamente ser una niña... tu hija.

Olga Maria Sain 
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