No son sus ojos, es el viento que rezaga
abismos entre las manos, ceguera de una agonía
punzones en las lágrimas para entregarse en sangre,
en dolor de lo intocable, hiel como néctar en el agua.

No son sus labios, voz que afila promesas
el extremo de una comunicación dejándome como la marisma.
Un beso en la risa y la risa una evasiva presencia
de ese beso que muerde como terciopelo envenenado.

El alma entona escudos en su peregrinaje
por esos mudos presagios que hacen lentos los sueños.
¿Amor? Una palabra en las esquinas de un desierto,
y la sed como inquieta querencia de un espejismo lejano.

Abrázame sombra de luna quieta como sacerdotisa de la muerte.
Y luego envuélveme en la arena antes del amanecer.

Olga Maria Sain
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