Voy como mendigando el tranquilo descenso de una lágrima.
Sin espasmos, sin estallidos que rompan su lentitud,
silenciosamente, dejando que se evapore
cuando roce los labios y los anude en un beso de sal.
Y en el beso la mudez de una súplica, el sollozo que tiembla
cuando el abrazo no acude, pues rechaza mi vida
temerosa de su temblor, del volcán de su enojo.
Voy hurtando tristezas en los huecos de la tarde
las que se hicieron olvido allá, en el momento de mi abandono.
Voy mendigando tristemente el tranquilo descenso de mis lágrimas
de mi cofre cerrado, aquél que arrojé al mar.

Olga Maria Sain 
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