Ya no me piensas amor desde el temblor de tu presencia.
Intento que los relojes muevan al revés sus manecillas.
He dejado en la sala el reflejo de mi rostro.
Enfundo mis manos con guantes de seda roja, herencia de mi abuela.
Maquillo mis ojeras con fino polvo de arena.
La pollera ceñida para fingir la torpeza del paso inseguro.
Lentitud, una danza de tímido vaivén en mis caderas.
¿Se deshila el día?
Promesas robadas para tejer
un nuevo relato, una cita clandestina donde quieras.
Un nuevo beso en el estío que me adormece
bajo el tul de la muerte que acomoda la soledad.
Hoy, he dejado a la rutina
entre mis sábanas, dormitando.

Olga Maria Sain
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