Nubes que flotan rozando tejados desde mis ojos,
las lejanías se empañan y juegan las sensaciones con la fantasía,
esa compañera que me hace sonreír.
Lo cotidiano. Cruje la madera y el eco en mis oídos inventa palabras,
simula voces, sinuosos pasos de besos que se acercan para saludarme.
Buen día mujer... Y miro alrededor, esos montones de vida
iconos que duermen, objetos de un solo uso que ya caducaron.
Pero son amables y visten las esquinas,
las desnudas paredes donde el polvo va dejando su huella.
Las quietas fotografías. Hay amor en ellas,
algo adormilado espera una llamada, el timbre, el teléfono...
Algunos ya se fueron en brazos de otras distancias.
Y un déjà vu los trae de nuevo junto a mí,
fugaz en su toque, alargado en su eco.
Y sonrío pero no como antes;
mi cabeza se inclina siempre a la izquierda,
un gesto que se apoya en un limbo de añoranzas.

Olga Maria Sain
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