Contengo un adiós reiterativo, insistente,
con ansia infantil, con cansancio de senectud.
Siempre fue fisura de aquél comienzo,
ofrenda del dolor sobre la vida,
encadenando libertades para el rescate casi mágico
de la absoluta libertad.
Una magia entre leyendas en un recipiente antiguo
con un nuevo barniz que soborna las fisuras y la luz que se filtraba.
La copa siempre llena de otras despedidas,
crónicas de demandas sujetas a la bruma...
Volqué el recipiente sobre mi piel
casi cuarteada a cuajos de una amargura entre pausas
desde un latido que se ceñía a la muerte,
esa que dejaba su insignia en el umbral de un nuevo tiempo.
Cierro puertas donde nadie acude, quizá puertas del alma.
Ella sabe perderse en la templanza de un sacrificio.
Contengo un adiós que no debo pronunciar,
que no debo escuchar,
solamente un gesto de afirmación
hospedado en un oscuro lugar.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
con ansia infantil, con cansancio de senectud.
Siempre fue fisura de aquél comienzo,
ofrenda del dolor sobre la vida,
encadenando libertades para el rescate casi mágico
de la absoluta libertad.
Una magia entre leyendas en un recipiente antiguo
con un nuevo barniz que soborna las fisuras y la luz que se filtraba.
La copa siempre llena de otras despedidas,
crónicas de demandas sujetas a la bruma...
Volqué el recipiente sobre mi piel
casi cuarteada a cuajos de una amargura entre pausas
desde un latido que se ceñía a la muerte,
esa que dejaba su insignia en el umbral de un nuevo tiempo.
Cierro puertas donde nadie acude, quizá puertas del alma.
Ella sabe perderse en la templanza de un sacrificio.
Contengo un adiós que no debo pronunciar,
que no debo escuchar,
solamente un gesto de afirmación
hospedado en un oscuro lugar.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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