Interrogo a los presagios y un invisible dedo
se posa en mis labios instando al silencio.
Mi pecho tiembla, hay urgencia en la nuca
como línea que delimita una inquietud indefinida.
Quiero ponerle al día limbos que secuestren sueños sin trazos,
que esa figura se deslice ligera ante mis ojos,
por el frío de mis hombros, en la torpeza de un impulso
ese que calla y se dispersa en su diaria tarea.
Cuento los pétalos secos de la flor que deshice buscando una respuesta
siempre confusa, del ayer al hoy, del hoy al mañana, del mañana al ayer.
Ciclos que rasgan la llama de las velas encendidas
y la mirada, atónita, desviada, contempla el resplandor en rotos fragmentos.
Chispas que se apagan cuando tocan el suelo
dejando la huella de una secreta lágrima.
No es mía.
Es de alguien que busca a la madre en mi abrazo.
Y mi regazo se estremece
porque no sabe cómo contener esa invisible presencia.

Olga Maria Sain
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