El silencio de su voz no deja dormir al niño que
acurrucado en su cuna usa un dedo como chupete.
No llegan esas manos contenedoras, encendidas al borde de su piel,
se torna hielo el amor que nunca pudo aprender desde otros brazos,
aquéllos que llevaban ausencias cosidas a su deseos.
Ni siquiera tiene lágrimas que se derramen sobre la camita donde
el niño se acuna a sí mismo, se canta en quejidos, en susurros,
hasta que cansado se duerme.
Y sueña risas y caricias de un regazo ardiente,
sueña con alas de abrazos que lo llevan volando,
con nubes que se entretienen en el vaivén de acunarlo suavemente.
Y recuerda el vientre que ayer lo protegía; había calor de sangre,
cantar de latidos, murmullos de arroyos y el acorde de una melodía
acompasando su propio latido.
Más allá de los témpanos la vida prosigue su tarea.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
acurrucado en su cuna usa un dedo como chupete.
No llegan esas manos contenedoras, encendidas al borde de su piel,
se torna hielo el amor que nunca pudo aprender desde otros brazos,
aquéllos que llevaban ausencias cosidas a su deseos.
Ni siquiera tiene lágrimas que se derramen sobre la camita donde
el niño se acuna a sí mismo, se canta en quejidos, en susurros,
hasta que cansado se duerme.
Y sueña risas y caricias de un regazo ardiente,
sueña con alas de abrazos que lo llevan volando,
con nubes que se entretienen en el vaivén de acunarlo suavemente.
Y recuerda el vientre que ayer lo protegía; había calor de sangre,
cantar de latidos, murmullos de arroyos y el acorde de una melodía
acompasando su propio latido.
Más allá de los témpanos la vida prosigue su tarea.
Olga Maria Sain
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