Detrás de las onduladas montañas
se va a dormir fatigosamente la tarde
precursora de la noche que rauda se aproxima.
El crepúsculo color oro viejo
teñido de llamaradas rojizas es la señal.
Las sombras se colman de placeres de sentidos
efectuados por los besos de las almas.
El sonido de los hombres y las aves
se impregna de silencios
y el cielo se va poblando de estrellas.
La brisa fresca de la noche
deja escuchar melancólicas tonadas nocturnas
en lo más profundo de los bosques.
Es el tiempo de los bellos embelesos,
de las dulces remembranzas,
de los éxtasis interminables.
Es la hora de los cálidos amores
el momento más fecundo de las pasiones,
el momento más melancólico de las almas.
Me levanto del humedecido suelo,
sobre la cumbre de la más alta montaña
veo por última vez el horizonte,
mi amada playa, mi isla desierta,
el último reflejo de mi vida.
Y con alas enormes desplegadas
y fuertes gritos de dolor enmudecido
llené la inmensidad de una gran Nada
y sentí mi propia Muerte.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
se va a dormir fatigosamente la tarde
precursora de la noche que rauda se aproxima.
El crepúsculo color oro viejo
teñido de llamaradas rojizas es la señal.
Las sombras se colman de placeres de sentidos
efectuados por los besos de las almas.
El sonido de los hombres y las aves
se impregna de silencios
y el cielo se va poblando de estrellas.
La brisa fresca de la noche
deja escuchar melancólicas tonadas nocturnas
en lo más profundo de los bosques.
Es el tiempo de los bellos embelesos,
de las dulces remembranzas,
de los éxtasis interminables.
Es la hora de los cálidos amores
el momento más fecundo de las pasiones,
el momento más melancólico de las almas.
Me levanto del humedecido suelo,
sobre la cumbre de la más alta montaña
veo por última vez el horizonte,
mi amada playa, mi isla desierta,
el último reflejo de mi vida.
Y con alas enormes desplegadas
y fuertes gritos de dolor enmudecido
llené la inmensidad de una gran Nada
y sentí mi propia Muerte.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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