Sola junto a la estufa, unas tras otras
las horas largas se suceden
y negros nubarrones de tormenta
sobre el cielo azul su manto tienden.
Hace frío. A través de los cristales, triste veo
cómo en copos de mármol cae la nieve.
La calle está desierta. Fría brisa
en loca travesía las plantas mueve.
Sola, junto a la estufa y siento frío,
mi frío es ideal, mi frío tiene
algo de piedra, algo de deseo
mucho de pasión y más de penas.
Silencio por doquier; hasta la casa
que la vida de un niño hiciera alegre
y un rayo de sol iluminara,
guarda un silencio abrumador.
parece cual si hubiere alejado a la alegría
el repentino acceso de la muerte.
El libro que leía ávidamente
ha caído a mis pies abandonado,
y unas alas muy grandes y muy negras
mi cuerpo envuelven y me aprietan ,
me aprietan ferozmente,
como abrazos de un amante ideal
celoso y fuerte
yo doy a ese abrazo la miseria
de mi cuerpo ya pálido y endeble.
Y rompen el silencio de la casa
el castañear extraño de mis dientes,
que es como el postrer grito de vida ¡
que es como el postrer grito de muerte!
Las gruesas gotas de sudor
tan frías y tan quietas
descienden con su brillo de babosas
por la comba pálida de mi frente.
Y el chirriar de las llamas de la estufa
Y el caer de la nieve.
No siento crepitar las llamas.
Ya no siento.
No siento.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
las horas largas se suceden
y negros nubarrones de tormenta
sobre el cielo azul su manto tienden.
Hace frío. A través de los cristales, triste veo
cómo en copos de mármol cae la nieve.
La calle está desierta. Fría brisa
en loca travesía las plantas mueve.
Sola, junto a la estufa y siento frío,
mi frío es ideal, mi frío tiene
algo de piedra, algo de deseo
mucho de pasión y más de penas.
Silencio por doquier; hasta la casa
que la vida de un niño hiciera alegre
y un rayo de sol iluminara,
guarda un silencio abrumador.
parece cual si hubiere alejado a la alegría
el repentino acceso de la muerte.
El libro que leía ávidamente
ha caído a mis pies abandonado,
y unas alas muy grandes y muy negras
mi cuerpo envuelven y me aprietan ,
me aprietan ferozmente,
como abrazos de un amante ideal
celoso y fuerte
yo doy a ese abrazo la miseria
de mi cuerpo ya pálido y endeble.
Y rompen el silencio de la casa
el castañear extraño de mis dientes,
que es como el postrer grito de vida ¡
que es como el postrer grito de muerte!
Las gruesas gotas de sudor
tan frías y tan quietas
descienden con su brillo de babosas
por la comba pálida de mi frente.
Y el chirriar de las llamas de la estufa
Y el caer de la nieve.
No siento crepitar las llamas.
Ya no siento.
No siento.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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