En el solitario andén
donde no pasa el tranvía,
he escuchado tu voz
con mi nombre en su sonido,
acaso desde la estela
de aquél último tren ...

Acudo con mi maleta
todos los días a la misma hora,
a éste mismo lugar
la maleza casi lo oculta;
musgo e hiedra en el viejo edificio,
grietas en las paredes
y el tejado apenas se sujeta.

Las golondrinas ya no hacen su nido
hace tiempo en su techumbre,
los espinos tejen su ramaje
en los flancos de las vías,
tierra y matorrales van cubriendo
su trazado hasta confundir todo.

Pero a veces el viento suena
como sirena de su locomotora,
casi en sordina, casi en silbido fugaz,
es la lejanía quien llama
desde el resquicio de un atardecer.

Alguien abandonó su equipaje,
la valija sigue cerrada
en una esquina del portón.
Con un pañuelo de seda
anudado al asidero,
ya no conserva su color,
es tierra del viento
dibujada con la lluvia:
tiempo que dormita
deambulando en la espera
de aquél pasajero
que compró el último billete...
Murió antes que el tranvía,
esa vieja máquina casi en ruinas
se detuviera apenas unos minutos,
donde solamente una anciana
viajaba en sus vagones.

¿Y el maquinista ?
Su rostro enjuto, tiznado
sigue mirando al frente,
sigue cumpliendo sus viajes
pero hoy, sólo sueña su tarea
en un rincón del desguace,
mientras... repasa su itinerario
en su tumba;
lejos, muy lejos
ya no hay flores ni visitas.

Olga Maria Sain
©Derechos Reservados



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