La nostalgia añade pinceladas, nuevos trazos
que se superponen,
colores diferentes, con frecuencia tapando semblanzas,
deforma las líneas, los matices,
incluso el esbozo primitivo de la realidad vívida
como flases que emigraron al espacio de una nada,
continente de fugacidades.
Aquellos anales, estampas quietas,
espasmos en el movimiento,
en el sonido...
el engranaje sin lustrar se atasca y descompone
el celuloide casi velado, brumoso,
degradada su tonalidad en grises y sepias...
Ni siquiera soy real adosada a esos recuerdos,
soy una imagen sobre un cristal en un tren que va despacio,
muy despacio sobre vías añejas.
¿Ayer? Ya se ha teñido
de su desorden, de su peregrinaje a la vieja casona
al bosque inexplorado,
allá donde los ojos cuando miran no distinguen
porque solo sueñan,
desunidos fragmentos de su propia historia
enlazados al azar de un inocente engaño,
huellas ajenas que el deseo traza bajo sus pies.
El horizonte muda espejismos en el crepúsculo.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
colores diferentes, con frecuencia tapando semblanzas,
deforma las líneas, los matices,
incluso el esbozo primitivo de la realidad vívida
como flases que emigraron al espacio de una nada,
continente de fugacidades.
Aquellos anales, estampas quietas,
espasmos en el movimiento,
en el sonido...
el engranaje sin lustrar se atasca y descompone
el celuloide casi velado, brumoso,
degradada su tonalidad en grises y sepias...
Ni siquiera soy real adosada a esos recuerdos,
soy una imagen sobre un cristal en un tren que va despacio,
muy despacio sobre vías añejas.
¿Ayer? Ya se ha teñido
de su desorden, de su peregrinaje a la vieja casona
al bosque inexplorado,
allá donde los ojos cuando miran no distinguen
porque solo sueñan,
desunidos fragmentos de su propia historia
enlazados al azar de un inocente engaño,
huellas ajenas que el deseo traza bajo sus pies.
El horizonte muda espejismos en el crepúsculo.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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