Y la sangre fluía a ritmo nuevo, distinto.
Corría entre dos universos que se encontraban.
Nada era como antes.
Todo nacía en un instante.
El flujo dejaba de ser constante
y las venas dejaban de ser puentes.
Sólo el beso había logrado el milagro.
Dos en uno. Para siempre.

Olga Maria Sain
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