Acaricio mis cicatrices, ya no duelen; tienen un especial relieve
que cuentan otra historia detrás de su suceso.
Una historia de verdades, de entregas sin condiciones,
de enseñanzas más allá de sabidurías,
esas que tanto deleitan al hastío.
Aquí no hay verbos ni adjetivos,
solo nombres de otro idioma,
nominaciones para un trayecto sobre el suelo,
pedregoso con frecuencia, con arenisca otras veces,
entre hierba húmeda que llama al agradecimiento.
Hay amigos que me cuentan sus vidas
y yo las recojo con las manos abiertas,
mientras las acaricio levemente unos minutos,
luego soplo sobre ellas para que nutran los campos.
Las nubes en el horizonte agradecen el gesto
con un guiño en sus contornos, con un juego en sus formas.
- ¡ Mira, parece un ave ¡
¿y aquella otra?
El amigo sonríe, es el moño de mi abuela – dice.
Se dispersan en su juego como niños presumidos,
los cirros, los nimbos, las que amenazan tormentas.
Al atardecer enrojecen como una novia en su boda,
llevando un ramo de azucenas,
- sí, allá a lo lejos tocando la cumbre -
Vuelvo a acariciar mis cicatrices,
llevan el polvo del camino como una cinta que brilla.
¿Sí?
Es que una lágrima se entretuvo en mis ojos al mirar las estrellas ...
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Una historia de verdades, de entregas sin condiciones,
de enseñanzas más allá de sabidurías,
esas que tanto deleitan al hastío.
Aquí no hay verbos ni adjetivos,
solo nombres de otro idioma,
nominaciones para un trayecto sobre el suelo,
pedregoso con frecuencia, con arenisca otras veces,
entre hierba húmeda que llama al agradecimiento.
Hay amigos que me cuentan sus vidas
y yo las recojo con las manos abiertas,
mientras las acaricio levemente unos minutos,
luego soplo sobre ellas para que nutran los campos.
Las nubes en el horizonte agradecen el gesto
con un guiño en sus contornos, con un juego en sus formas.
- ¡ Mira, parece un ave ¡
¿y aquella otra?
El amigo sonríe, es el moño de mi abuela – dice.
Se dispersan en su juego como niños presumidos,
los cirros, los nimbos, las que amenazan tormentas.
Al atardecer enrojecen como una novia en su boda,
llevando un ramo de azucenas,
- sí, allá a lo lejos tocando la cumbre -
Vuelvo a acariciar mis cicatrices,
llevan el polvo del camino como una cinta que brilla.
¿Sí?
Es que una lágrima se entretuvo en mis ojos al mirar las estrellas ...
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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