¿Pudo ser?

Aquello que soñé en silencio, un secreto que se empaña dentro de otro secreto
que sigue guardado desde la infancia...
Quizás fue por no ser como yo elegí,
más hondo todavía,
más intenso en su misterio,
más real en su extrañeza;
miré en otra dirección con la fisura en el pensamiento.
Sólo reconocía una flor de las que adornaban los caminos,
las otras me parecieron arbustos secos y espinosos,
pero todavía no se habían manifestado en su verdadero esplendor.
¿Pudo ser?
Ese amor de leyenda, el caballero andante en su llegada y despedida
entregado a su causa y mi pañuelo en su montura.
El otro caballero llegó sin capa, sin oropel de fantasías,
despacio, en una pausa cotidiana, a tropezones en la vida.
Pero hubo un momento, un breve poema, una rosa silvestre,
saludo de primavera, donde se desnudó la timidez y alzó su porte majestuoso
solo visible para mi encuentro.
Las ondas ya nevadas de sus cabellos, el brillo de sus ojos tras los lentes,
la sonrisa fácil, un cascabel de triste sonido y de tierno acomodo.
Y cantó muy quedo a mi oído, un tono de misales y maitines,
de recitativos de juglares, de romanticismos arcaicos,
boleros de otros tiempos.
Luego los primeros compases de un concierto para piano.
Grieg... que tanto le gustaba.
Y acaricié sus manos, puse un leve beso en su mejilla,
sin impaciencia casi de soslayo...
Hizo raíz ese instante en los anales del te quiero.
Después, la arboleda fue testigo
de la quietud de las miradas, de las furtivas caricias,
una alianza quebrada en la emoción.
Atardecía sobre los tejados del paseo de las murallas...
¿Pudo ser?
Sí, se hizo realidad aquello que soñaba.
He sido reina de mi propio deseo.

Olga Maria Sain
©Derechos Reservados



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