Mi viejo compañero ahora puedo verte sentado sobre tus raíces,
esas que fueron amputadas prematuramente.
- Apenas te reconozco porque ya eres un anciano-.
Y solamente recuerdo la imagen de un niño durmiendo en su cuna
a oscuras y en silencio, la carita enrojecida y el frío en su entorno.
Tuve que despedirme sin saber por qué
aunque escuchaba su adiós.
Hemos vivido entre confidencias entrelazadas en sueños,
esa fugacidad de la duermevela evaporándose ante mi atención.
Me acomodé en lo anónimo de tus pasos en mis pasos,
¿descansabas en mi soledad?
Tal vez, yo sentía tu aliento ausente de mi misma.
Esa otra, la mudable en su quietud,
se tomaba de tu mano casi con devoción,
explorando atajos lejanos y escondidos,
y desde sus atalayas de brumas podía alcanzar
un fino hilo de magia para tejer el aire,
su tacto sin contorno,
su trasparencia de mediodía,
la alpaca de sus noches donde la luna se asomaba.
Mi viejo compañero, has dejado sobre mis hombros tu capa de ermitaño
y desnudo te vas hundiendo en las aguas del arroyo;
ahora sí, suena una despedida, un hasta pronto parco en expresiones,
austero en su emoción.
Flanqueas los umbrales de la muerte hacia la vida.
Libre del peso del tiempo que calzabas con lealtad de un penitente.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
esas que fueron amputadas prematuramente.
- Apenas te reconozco porque ya eres un anciano-.
Y solamente recuerdo la imagen de un niño durmiendo en su cuna
a oscuras y en silencio, la carita enrojecida y el frío en su entorno.
Tuve que despedirme sin saber por qué
aunque escuchaba su adiós.
Hemos vivido entre confidencias entrelazadas en sueños,
esa fugacidad de la duermevela evaporándose ante mi atención.
Me acomodé en lo anónimo de tus pasos en mis pasos,
¿descansabas en mi soledad?
Tal vez, yo sentía tu aliento ausente de mi misma.
Esa otra, la mudable en su quietud,
se tomaba de tu mano casi con devoción,
explorando atajos lejanos y escondidos,
y desde sus atalayas de brumas podía alcanzar
un fino hilo de magia para tejer el aire,
su tacto sin contorno,
su trasparencia de mediodía,
la alpaca de sus noches donde la luna se asomaba.
Mi viejo compañero, has dejado sobre mis hombros tu capa de ermitaño
y desnudo te vas hundiendo en las aguas del arroyo;
ahora sí, suena una despedida, un hasta pronto parco en expresiones,
austero en su emoción.
Flanqueas los umbrales de la muerte hacia la vida.
Libre del peso del tiempo que calzabas con lealtad de un penitente.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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