Y soy luz de luna sobre tu cuerpo tamizada por una suave llovizna.
Entrelazamos nuestras miradas en una sola sobre la orilla, la sinuosa orilla del río con el rumor de la corriente.
Y un eco en la bóveda de los álamos de nuestras voces,
en un te quiero, en un monosílabo de alientos fundidos.
Las manos unidas, una promesa no pronunciada,
un "siempre” ligero aleteo palpitando con fuerza, más lejos del amor, más lejos,
más allá de la vida, más allá.
La unidad como liturgia. Y el silencio salpicado de estrellas: lejanas luminarias donde quise perderme, secreto de una luz que nunca se extingue,
que se arroja al espacio en la levedad de un cielo paradisíaco.
Apoyo la mano en mi mejilla, en el hoy solitario y siento tu piel erizando la mía.
Casi a hurtadillas, sin inquietarme navegando la templanza de ser herencia del amor, de tu amor, de nuestro amor.
Y estás tan cerca sin estar que soy como la huella
que quizás vayas dejando en las horas que pasan.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Y un eco en la bóveda de los álamos de nuestras voces,
en un te quiero, en un monosílabo de alientos fundidos.
Las manos unidas, una promesa no pronunciada,
un "siempre” ligero aleteo palpitando con fuerza, más lejos del amor, más lejos,
más allá de la vida, más allá.
La unidad como liturgia. Y el silencio salpicado de estrellas: lejanas luminarias donde quise perderme, secreto de una luz que nunca se extingue,
que se arroja al espacio en la levedad de un cielo paradisíaco.
Apoyo la mano en mi mejilla, en el hoy solitario y siento tu piel erizando la mía.
Casi a hurtadillas, sin inquietarme navegando la templanza de ser herencia del amor, de tu amor, de nuestro amor.
Y estás tan cerca sin estar que soy como la huella
que quizás vayas dejando en las horas que pasan.
Olga Maria Sain
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