Incrustada en el marco de la entrada
rígida, inmóvil, pálida, silente
apoyada de esa forma ausente
y casi inadvertida por la gente.
Aunque el hambre demacre su semblante
y de sucios harapos va vestida
se adivina en la pobre vergonzante
un no sé qué de dignidad caída.
Entre sus labios gélidos titila
una oración que a musitar no llega
mientras fija y vidriosa la pupila
mira sin nada ver porque está ciega.
Librando están en su conciencia austera
desde hace tiempo singular batalla
el pudor de pedir por vez primera
y la última miseria en que se halla.
Al fin a la mujer petrificada
se le aproxima un alma generosa
que dejando en su mano descarnada
una moneda desgastada, mohosa
a preguntar amable se decide
al verla silenciosa y abatida.
-Dígame mujer, ¿usted por qué no pide ?
¿Quién la va a socorrer aquí escondida?
Y con voz apagada y lastimosa
murmura al responder la esfinge humana:
No sé pedir, ésta es la vez primera
que a mendigar me he decidido hermana.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
rígida, inmóvil, pálida, silente
apoyada de esa forma ausente
y casi inadvertida por la gente.
Aunque el hambre demacre su semblante
y de sucios harapos va vestida
se adivina en la pobre vergonzante
un no sé qué de dignidad caída.
Entre sus labios gélidos titila
una oración que a musitar no llega
mientras fija y vidriosa la pupila
mira sin nada ver porque está ciega.
Librando están en su conciencia austera
desde hace tiempo singular batalla
el pudor de pedir por vez primera
y la última miseria en que se halla.
Al fin a la mujer petrificada
se le aproxima un alma generosa
que dejando en su mano descarnada
una moneda desgastada, mohosa
a preguntar amable se decide
al verla silenciosa y abatida.
-Dígame mujer, ¿usted por qué no pide ?
¿Quién la va a socorrer aquí escondida?
Y con voz apagada y lastimosa
murmura al responder la esfinge humana:
No sé pedir, ésta es la vez primera
que a mendigar me he decidido hermana.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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