Suelto amarras, las dejo caer, me dejo estar sin resistencia, sin temor;
la voluntad se entrega a una furtiva pausa.
Cunas de suave oleaje, vendavales agitados.
No importa, me entrego sin condiciones, porque soy libre en esa otra libertad, la desconocida, la que a veces rompe estrellas en el firmamento, la que desnuda vidas de su propio engranaje.
Me dejo llevar, amarrada al aire, al espacio, vuelo de vuelos: bucle de esencias.
Una caricia infinita, una herida hasta la muerte, desmembrando la cordura como antídoto a una frontera.
Destruyo las compuertas para que el agua se derrame y se extienda en largos brazos. Me dejo llevar, no miro el rostro amable ni ese gesto airado, porque hay deidades en mi piel que van tejiendo la levedad y extienden bálsamos que cauterizan heridas.

Olga Maria Sain
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