Se va desorientando la urgencia de la mirada
y concluye mientras se alimenta al surgir el ascetismo...
La grisácea túnica cae sobre la nueva delgadez
en la levedad del paso que apenas roza el suelo.
Díganle a la lluvia que empape mi piel
que declame en mis poros un nuevo aliento.
Hoy el renacer tiene una corona de escarcha,
besa mi frente como lágrimas que descienden del cielo.
Ellas me van lavando el hollín de un desalojo prematuro;
y el cruce de caminos me invita a la renuncia.
Me distraigo sobre la selva desconocida,
es un adiós, un hasta siempre,
el halo del amor me envuelve
compasivo como un manto de luz
tamizada entre las hojas que amarillean.
Acarician mis cabellos dulces manos de cálido sur
y una promesa que todavía no tiene palabras,
solo la intención de ser lealtad más allá de efímeros avatares:
la llevo tatuada en mis pies
y va dejando su señal en las piedras del sendero.

Olga Sain .
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