Y así, día tras día, ella vestía mis ropas,
danzaba tras las derrotas y volvía a invitarme
a que me levante y siga, a remendarme y a probar otra vez.
Ella sabía de mí más que yo misma,
me conocía, yo a ella también.
En un punto nos necesitábamos, nos elegíamos.
La buscaba a veces entre sus escondites
porque había momentos en que la razón la echaba o pretendía hacerlo.
La desnudaba, la descubría, gritaba su nombre como imputándola
de algún crimen sin castigo.
Injustamente, dolorosamente, ella se turbaba y se escondía aún más.
Pero había un lugar que nos era común, que nos refugiaba.
Ella conmigo, yo con ella. Las dos abrazadas,
sabiéndonos casi amigas, necesarias, buenas compañeras.
Ese lugar nos encontraba unidas como me gusta.
Como cuando nos conocimos hace tiempo atrás, allá en algún día.
No importan las razones ni las rutinas, ella es luz y guía.
Yo: su mejor aliada.
Hoy viste mis ropas y canta mi canción preferida, me gusta escucharla.
Nadie sabe en qué tono exacto canta mi alma.
Nadie que no sea ella: mi ilusión.
Danzando tras las derrotas. Invitándome a levantarme y a seguir.
A recomponerme y probar… otra vez.

Olga Sain .
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