Extraños silencios parpadean, residuos de conmociones
cumpliendo nuevamente aquellos emblemáticos trayectos.
Y soy la cara oculta de un anzuelo que pende sobre abismos
mientras la inquietud muerde su extremo.
Vuelvo a la acequia donde se estanca el sortilegio.
Gritos que son susurros, agonías que levitan en el riel de los reflejos
desde la luna.
Extraña sacerdotisa que extiende mantos en clave;
un lenguaje modelado sobre el barro, en las esquinas donde la serpiente dormita.
Pido permiso al mensaje que se desliza sobre el lluvioso día
en la mañana.
Pido permiso para ignorarlo.
Tal vez otro día, cuando el corazón palpite más despacio,
y los errantes murmullos se alejen de mi hogar...

Olga Sain .
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