Envuelta está en un manto de humilde trashumancia
como surtidor de un enjambre que barre un viento
que busca orillas y solo puede remover dunas.
Se hunde la vida para abundarse en su sed
y escondió las lágrimas como licor de ambrosía.
El dulzor se amarga en polvo, en sudor que se cuartea sobre la piel quemada.
Un decorado de amapolas, de lirios y jazmines seduce desde la aspereza
y como en un idilio inconcluso, ocioso en su ensoñación
sacude la arena de sus pestañas entre los dardos de luz que pedalean en sus ojos.
A tientas busca las huellas de la errante caravana
¿Alguien le señaló el trayecto?
Tal vez la mano de un espejismo,
ese que recoge su sombra cuando el atardecer se acerca.
Después, una puerta en el aire denso como ocre espuma y al otro lado una llamada...
Si, sonríe, sonríe a su locura, al erizo del hambre
que araña en las entrañas, a la grava de su saliva carmín.
Cal en los labios de un beso que rompe el gemido
en la guarida del escorpión.

Olga Maria Sain
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