Regreso al sueño que se desvanece, a los renglones confusos,
a las puertas entreabiertas infranqueables al deseo.
Paso de largo. No es mi hogar, ni es mi barrio, ni mi casa paterna.
Tal vez la desesperanza de un único amigo:
yo misma en el dintel de la duda.
Dejo atrás los atajos y busco senderos tortuosos,
los que van al norte a perderse entre montañas,
a esconderse en las grutas cuando cae la noche,
riqueza de una miseria que mi vida posee
y mana en el porvenir que voy dejando atrás.
Huellas como tatuajes de una plantación al azar.
Cae de mis manos desnudo de dádivas
ese quieto y vacío silencio mojado de llantos ajenos.
Luego un puñado de barro para decorar mi ropaje,
para dar cuerpo a mi cuerpo en la desnudez que se evapora lentamente.
No es mi templo, no es mi refugio, ni siquiera mi soledad y su perpetuo latido.
Simplemente no es.
Es nada.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
Paso de largo. No es mi hogar, ni es mi barrio, ni mi casa paterna.
Tal vez la desesperanza de un único amigo:
yo misma en el dintel de la duda.
Dejo atrás los atajos y busco senderos tortuosos,
los que van al norte a perderse entre montañas,
a esconderse en las grutas cuando cae la noche,
riqueza de una miseria que mi vida posee
y mana en el porvenir que voy dejando atrás.
Huellas como tatuajes de una plantación al azar.
Cae de mis manos desnudo de dádivas
ese quieto y vacío silencio mojado de llantos ajenos.
Luego un puñado de barro para decorar mi ropaje,
para dar cuerpo a mi cuerpo en la desnudez que se evapora lentamente.
No es mi templo, no es mi refugio, ni siquiera mi soledad y su perpetuo latido.
Simplemente no es.
Es nada.
Olga Maria Sain
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