La distancia es corta, se adivina el final levemente en la bruma
de lo todavía desconocido.
El tiempo en días parece breve, fugacidad que dormita
para alargar momentos en las imágenes soñadas...
Una contemplación a espaldas de la vida,
a ese peregrinaje que nunca comenzó,
donde como un espejismo llega a su término.
La distancia es corta, el paso lento,
detenido en el cansancio, congelado en su ímpetu,
acaricia el suelo mientras dialoga con su sombra en las aceras.
El reloj del ser se hace perezoso,
se atoran sus agujas, tal vez cómplices de ahondar sensaciones.
El silencio adorna retazos de recuerdos,
flashes de un presente que desnuda lo que toca.
Y explora sus raíces entre sonoras soledades,
el deseo que canta viejas canciones.
Se despejan de la tierra como un saludo a este setiembre
que inicia su primaveral recorrido, recogiendo de tarde en tarde
las primeras flores que nacen acariciadas por el sol.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
El tiempo en días parece breve, fugacidad que dormita
para alargar momentos en las imágenes soñadas...
Una contemplación a espaldas de la vida,
a ese peregrinaje que nunca comenzó,
donde como un espejismo llega a su término.
La distancia es corta, el paso lento,
detenido en el cansancio, congelado en su ímpetu,
acaricia el suelo mientras dialoga con su sombra en las aceras.
El reloj del ser se hace perezoso,
se atoran sus agujas, tal vez cómplices de ahondar sensaciones.
El silencio adorna retazos de recuerdos,
flashes de un presente que desnuda lo que toca.
Y explora sus raíces entre sonoras soledades,
el deseo que canta viejas canciones.
Se despejan de la tierra como un saludo a este setiembre
que inicia su primaveral recorrido, recogiendo de tarde en tarde
las primeras flores que nacen acariciadas por el sol.
Olga Maria Sain
©Derechos Reservados
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