Era suficiente que se pensaran
para que la luna bajara y besara sus pies.
Bastaba que se desearan
para que el río fluyera sin reparos hacia el mar.
Así ellos se alcanzaban, con los oídos prestos a la locura,
a la ternura que abrazaban sin reglas ni límites,
para que la felicidad los rozara.
Y para que sus almas fueran alimentadas
por la gracia de saberse un milagro
latiendo en dos cuerpos.

Olga Maria Sain
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