Entrego poemas al silencio para que me los devuelva
con el rigor de su clausura.
Luego le pido un gesto y cierro los ojos mientras espero.
Alguien rodea mis sienes dando alivio a mi dolor.
Su olor es desconocido y su tacto evoca memorias no escritas.
Vuelo al interior del vuelo, donde las grutas no tienen paredes.
El eco se derrama tenuemente en mi pollera donde
surge un pliegue mientras camino, un relieve descuidado,
deshilándose lentamente.
Hoy los adioses obedecen a una eterna bienvenida,
luego declamarán su himno encaramados en la distancia.
Medra el desconsuelo de un no sé qué, evanescencia peregrina,
que siempre tiendes la mano para el baile tribal.
Esa travesía que no comienza, mientras los saludos en las esquinas
desaparecen en el fluir de los años.

Olga Maria Sain
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